BERNARDO. San
       [946](1090-1153)

 
   
 

 

 

   Fue modelo de los monjes austeros y luchadores, profundo creyente y entu­siasta defensor de la verdad contra los adversario de todo tipo. Admira su belleza en el decir y su entusiasmo en el querer. Su palabra resultaba irresistible y sus sermones, verdaderas catequesis sobre la vida y el amor, eran duraderas.

   1. Vida

  Nació en Fontaines, rca de Dijon, en 1190. Su padre, Teselino, noble del Ducado de Borgoña, y su madre Aleta, le educaron con gran piedad. En 1113 ingresó como monje, junto con otros 30 jóvenes nobles, entre los que iban cinco de sus hermanos y un tío, en el monasterio cisterciense de Cîteaux, un pequeño poblado al sur de Dijon.
   En 1115 el abad le envió a fundar la abadía de Claraval, de la que él fue el primer abad. Bajo su mandato, se con­virtió en el que sería núcleo más impor­tante de la orden cisterciense.
   Su presti­gio personal fue pronto avalado por las maravillas que se le atribuían y sobre todo por el ardor y belleza de sus sermones. Setecientos monjes y 90 monasterios surgieron de aquel rincón de Claraval y del fuego divino que emanaba de tan carismático Abad.
   Las consultas que le llegaban y las relaciones intensas y numerosas que man­tenía con todo el mundo no le impidieron cultivar su vida mística y, sobre todo, escribir sus bellísimos sermones y sus fogosas cartas, además de sus libros sólidos y ardientes. Por eso su influencia sería decisiva en multitud de personajes de su tiempo y de lugares de la Iglesia católica.
    Ayudó a preparar las Reglas y formas de vida de la Orden defensora de los Caballeros Templarios. En 1128 consiguió que dicha Orden fuera reconocida por la Iglesia. Contribuyó a ello su "Apolo­gía: sobre la nueva militancia de los gue­rreros del Temple"
    En la disputa entre Anacleto e Inocencio II por la sede de Roma, tomó partido por el Papa Inocencio y su intervención fue decisiva para la victoria pontificia.
    En 1146 comenzó a predicar la Segunda Cruzada por mandato del Papa. El sermón que pronunció en Vézelay provocó gran entusiasmo en toda Francia. Convenció a Luis VII, rey de Francia, para que se uniera a esa Cruzada. Con­siguió reclutar hombres en el norte del reino, en Flandes y en Alemania. La Cruza­da fracasó, pero el espíritu de oposición al Islam se mantuvo vivo.
   Murió el 20 de Agosto de 1153 y fue canonizado en 1174 por Alejandro III y nombrado doctor de la Iglesia en 1830 por Pío VIII.

  2. Escritos y pensamiento

   Fue escritor incansable en obras tan hermosas como "Los grados de la hu­mil­dad y la soberbia". Sobre todo, fueron sus obras ascéticas y místicas las que le dieron, además de prestigio, presencia permanente en la Iglesia.
   Tales fueron sus trabajos sobre el amor de Dios, reflejados en "De diligen­do Deo" (1127); y sobre la vida del hom­bre en la tierra, "De consideratione" (1148) dirigido a Eugenio III, antiguo monje suyo, en donde aborda la necesidad de la reforma de la Iglesia.
   San Bernardo fue gran devoto de la Virgen María. Sobre ella escribió las más bellas páginas de los tiempos medievales. A él se atribuyen plegarias bellísimas y se conservan diversos sermones muy emotivos.
   Es el catequista más brillante y empeñado de María. Sus palabras, dulces y profundas, son la mejor catequesis ma­riana de todos los tiempos, deforma que no es posible hablar de María sin acudir al modelo de S. Bernardo de Claraval y la llena cisterciense en torno a la Madre el Señor.
   Luchó contra todo tipo de herejía. Se convirtió en enemigo irreductible de la teología racionalista, cuyo principal representante era Pedro Abelardo y logró paralizar su acción docente, aunque el prestigio de Abelardo salió a flote en algunas de sus empresas, a pesar de tan formidable adversario.
   Sobre todo se empeñó a fondo contra los albigenses que ya se extendían por el Sur de Francia.
   Se conocen gran número de sermones, cartas e himnos escritos por Bernardo de Claraval, algunos de los cuales todavía se siguen interpretando en la Iglesia católica y en la protestante.
   "Mi gran deseo es ir a ver a Dios y estar junto a El. Pero el amor a mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que me mejor le plazca.  No tengo tempo durante el día para meditar. Estas gentes están muy necesitadas y encuentran la paz cuando se les habla de Dios. Debemos darles nuestro tiempo y el pan de la palabra."  (S. Bernardo. Cartas)